Por: P. Hermes Flórez, cjm 

Las palabras y los gestos con los cuales el papa Francisco fue testigo del Evangelio dejan
una huella imborrable en la vida de muchos cristianos. Un signo visible inmediato es la
numerosa afluencia de personas que por estos días se acercaron a despedirlo en la Basílica
de san Pedro, en Roma.
Para los Eudistas, de manera específica, el mensaje del papa argentino recordó muchos
acentos con los cuales nuestra espiritualidad ha enriquecido a la Iglesia. Basta traer a la
memoria muchos mensajes de los superiores inspirados en el pensamiento de Francisco, la
abundancia de congresos, conferencias, retiros y meditaciones que tuvieron como centro
muchas palabras suyas. A continuación, guiados únicamente por sus cuatro encíclicas -dada
la brevedad de este artículo-, enunciamos una perspectiva de lo que significó el pontificado
de Francisco para nosotros.

Lumen Fidei: la confirmación del tesoro de la fe
Escrita mayormente por su predecesor Benedicto XVI (LF 7), pero con la añadidura de
algunas aportaciones del papa Francisco, la encíclica nos ofrece un camino de
profundización sobre la luz de la fe, ese «don gratuito traído por Jesucristo» (LF 1). El
desarrollo lo guían fundamentalmente dos preguntas: ¿cuál es la ruta que la fe nos
descubre? ¿De dónde procede su luz poderosa que permite iluminar el camino de una vida
lograda y fecunda, llena de fruto? Para responder a estos interrogantes, el papa recorre la
historia de salvación, gracias a la fe de nuestro Padre Abraham, la fe del pueblo de Israel, la
plenitud de la fe cristiana y su eclesialidad; después profundiza en la comprensión de la fe
como escucha y visión y el diálogo con la razón; finalmente destaca cómo esta dimensión
eclesial de la fe ilumina diversas situaciones de la realidad.
Destaco de esta encíclica un pasaje que aparece en el numeral 40: «La fe necesita un ámbito
en el que se pueda comunicar y testimoniar […] Es la luz que nace del encuentro con el
Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su
voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los
otros». Estas palabras que invitan a ver el corazón del creyente no dejan de recordarnos a
nosotros, Eudistas, cómo la preocupación de san Juan Eudes y de su legado quieren lograr
el fortalecimiento del hombre interior.
Esta convicción de fe es hoy una urgencia para toda auténtica renovación de la vida
cristiana. El encuentro con el Dios vivo, la intimidad con él y la dimensión misionera que
se desprende de él, a partir de una fe viva, son referentes que Francisco y Benedicto XVI
recordaron en muchas ocasiones. Es interesante destacar que este punto de partida también
fue fundamental en san Juan Eudes quien, al mencionar los cuatro fundamentos de la vida
cristiana en su célebre obra Vida y Reino, ubica la fe como el primero que se debe
contemplar.

Pero esta fe necesita siempre confirmarse o, como dice el papa, necesita traducirse en ruta
con la riqueza que ella nos descubre. Por eso, la experiencia espiritual y misionera de
nuestro padre fundador (que debería ser la de todo cristiano) no dejan dudas de que el
impulso renovador que quiso proponer a la Iglesia de su tiempo brotó de un corazón
fundamentado sobre la fe en el Dios Uno y Trino.

Laudato si’: creados por amor y para amar
La segunda carta encíclica de Francisco sorprendió a muchos por su temática inédita en el
magisterio sobre el cuidado de la casa común. Inspirado en San Francisco de Asís, el
pontífice aseguró que nuestra hermana tierra «clama por el daño que le provocamos a causa
del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en el corazón de ella»
(LS 2). Nos recordó la opción por una ecología integral ante la crisis socioambiental, es
decir, la propuesta de «una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar
peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea» (LS
15). Con una mirada atenta a lo que pasa a la casa común, retomó el tema de la fe y cómo
esta fe aporta nuevas motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos parte
(cf. LS 17).
De este documento -tal vez el más conocido del papa Francisco- son tantos los aportes que
también se pueden entresacar; sin embargo, quisiera recordar sencillamente un pasaje:
«Cuando insistimos en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería llevarnos
a olvidar que cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el universo
material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El
suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios» (LS 84). Quienes hemos leído los
Coloquios interiores del cristiano con su Dios, podemos constatar cómo la reflexión de san
Juan Eudes, seguramente guiado por el pensamiento del cardenal Pedro de Bérulle, tenía
también este lenguaje del amor al hablar de la creación. De hecho, es el amor de Dios por
nosotros la causa última de nuestra creación y regeneración en Cristo.
Para san Juan Eudes este amor tiene un aspecto trinitario, manifestado ya desde los
primeros Coloquios: Dios me ha creado por amor y en mi creación la Trinidad ha estado
presente. El papa Francisco también recuerda en LS 238 esta dimensión trinitaria del amor:
«El Padre es la fuente de todo, fundamento amoroso de cuanto existe. El Hijo, que lo
refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el
seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón
del universo animando y suscitando nuevos caminos». Creería que la conciencia de haber
sido creados por amor y para amar transformaría seriamente nuestras relaciones a todo
nivel.

Fratelli Tutti: un camino para ser misioneros de la misericordia

La tercera encíclica de Francisco tuvo como punto de referencia la fraternidad y la amistad
social. Inspirado nuevamente en san Francisco de Asís, nos propuso «una forma de vida
con sabor a Evangelio» (FT 1). El pontífice se detuvo en este documento a reflexionar
sobre la dimensión universal del amor fraterno y en su apertura a todos (cf. FT 6), inspirado
en sus convicciones cristianas. Recordemos que este documento fue publicado en tiempos
donde la humanidad entera vivía la pandemia de Covid-19. Hay tantas ideas clave en este
documento -como en todos- que valdría la pena explorar. Una de estas se encuentra en el
numeral 8: «Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada
persona, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad […] Soñemos
como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de
esta tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones,
cada uno con su propia voz, todos hermanos». Este deseo mundial de hermandad,
consideramos, solo lo puede hacer posible quien ha experimentado el rostro misericordioso
de Dios.
No es momento para detenernos en tantos llamados a vivir la misericordia que nos hizo el
papa Francisco (de hecho convocó un Jubileo extraordinario de la misericordia). Pero
quiero hacer notar un comentario que hace el papa en esta encíclica cuando menciona el
trasfondo de la parábola de Lc 10, 25-37: «El deseo de imitar las actitudes divinas llevó a
superar aquella tendencia a limitarse a los más cercanos» (FT 59). Subrayo este punto
porque en la obra El Corazón admirable de la Madre de Dios, la más grande de san Juan
Eudes, reconoce cómo el camino de la misericordia y sus tres pasos que bien sabemos
(llevar en el corazón las miserias de los demás, tener voluntad de socorrerlos, pasar de la
voluntad al efecto), implican la contemplación de Dios como misericordia sin límites y en
cierta manera incomprensible según nuestros criterios humanos.
San Juan Eudes comprendió que solo quien experimenta la misericordia de Dios puede
ponerse “en salida” para llevar la misión a los demás, es decir, a todos, todos, todos. Y,
como lo recuerda Francisco, esto tiene alcance inclusive a niveles como el político: el que
se permite abrir el corazón en un mundo cerrado, «hace posible el desarrollo de una
comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad…» (FT 154). El misionero de la
misericordia, es decir, el eudista, sabe que su desborde de amor por todos es consecuencia
de una participación gratuita en la comunión de amor del Padre y el Hijo y el Espíritu
Santo.

Dilexit nos: un amor a Jesús y María

Llegamos al final de nuestro camino. Curiosamente es la única encíclica del papa Francisco
que cita explícitamente a san Juan Eudes, a partir de un texto del Siervo de Dios Rafael
García Herreros, eudista. En el marco de la difusión de la devoción al Corazón de Cristo, el
papa Francisco destaca la iniciativa del santo francés para que por primera vez se autorizara
en la iglesia la fiesta oficial (cf. DN 113), en el contexto de una fervorosísima misión.

En otro artículo -que lamentablemente no se publicó en este medio- hicimos alusión a estos
puntos de conexión entre esta encíclica y la espiritualidad eudista. Mencionamos tres: la
perspectiva trinitaria de la devoción al Corazón de Cristo; el Corazón, horno ardiente de
amor divino y humano; y la relación Corazón de Jesús – Corazón de María. Sobre este
último punto hicimos notar la manera como Dilexit nos lo aborda: «La mediación de María
solo se entiende como participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo
mismo, el único redentor. La devoción de María no pretende debilitar la única adoración
debida al Corazón de Cristo sino estimularla» (DN 176).
Frente a esta visión citábamos a San Juan Eudes: «¿Temen perjudicar la bondad sin igual
del adorabilísimo Corazón de Jesús, su Dios y redentor, si se dirigen a la caridad del
Corazón de su Madre? ¿No saben acaso que María es nada y nada tiene ni puede sino de
Jesús, y por él y en él, y que es Jesús quien es todo, puede todo y hace todo en ella? ¿No
saben que Jesús hizo el Corazón de María…?» (O.C. VI, 189). Este fundamento de nuestra
Congregación de Jesús y María (el amor a Jesús y María), sin dudas nos ayuda a descubrir
en María una discípula misionera que puede contribuir en la purificación de nuestro
seguimiento de Jesús.

Conclusión
Estos puntos que, según nuestro parecer, sintonizan la enseñanza de Francisco con nuestra
espiritualidad, son la ocasión para descubrir porqué su pontificado fue tan familiar para
nosotros. Que su vida y ministerio continúen inspirando nuestro servicio a Cristo y a su
Iglesia.

Bibliografía
FRANCISCUS, Carta encíclica «Lumen fidei» del sumo pontífice Francisco a los obispos, a los
presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos sobre la fe.,
Magistero di Francesco, Libreria editrice vaticana, Città del Vaticano 2013.
FRANCISCUS, Carta encíclica «Laudato si’» del santo padre Francisco sobre el cuidado de la casa
común., Libreria editrice vaticana, Città del Vaticano 2015.
FRANCISCUS, Lettera enciclica «Fratelli tutti’» del santo padre Francesco sulla fraternità e
l’amicizia sociale., Libreria editrice vaticana, Città del Vaticano 2020.
FRANCISCUS, Carta encíclica «Dilexit nos» del santo padre Francesco sobre el amor humano y
divino del Corazón de Cristo., Libreria editrice vaticana, Città del Vaticano 2024.