El 13 de junio de 1920 nació Antonia Luzmila Rivas- López, en Ayacucho, Perú. Rodeada de una familia llena de amor, esta mujer aprendió sobre la entrega y servicio hacia los más pobres.

Su encantadora humildad y las sencillas virtudes que practicaba en su vida cotidiana, la hicieron cada día más notable en medio de su comunidad, “Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor”, donde su carisma fue un vivo ejemplo del servicio, la alegría, la generosidad y la misericordia. Su vida se caracterizó por el trabajo duro y su opción por acompañar a las jóvenes, de esta forma, Aguchita, vivió con la Comunidad de las Hermanas Contemplativas para asistir a una enfermera y tiempo después fue trasladada a la Comunidad del Noviciado para apoyar la formación de las hermanas jóvenes.

El sueño de Aguchita

La Beata Rivas siempre anheló servir a las personas inmersa en la selva, sueño que le fue concebido gracias a la presencia del Buen Pastor en el Centro de Misiones de La Florida, donde estuvo los últimos años de su vida comprometida con el desarrollo de este sector a través de programas educativos, proyectos de promoción para la mujer rural y por supuesto de su forma de compartir el Evangelio.

En Aguchita, nunca hubo rastro de ambición, pero sí la tenacidad de buscar y encontrar, de pedir y recibir y de transformar lo sencillo en grande para beneficiar a quienes más lo necesitaban, hasta el punto de entregarse a ella misma. Allí solo se veía la provisión y mano de Dios que se multiplicaba en un corazón y en las manos bondadosas de esta beata.

Mártir de la misericordia

En 1990 la presencia de grupos subversivos en el valle de “Yurinaqui”, tensionó el trabajo de las hermanas en este sector, aún así la Congregación decidió continuar su trabajo allí. Aguchita por su parte, pese a las amenazas que ya habían recibido, se dedicó plenamente y con mucho amor a la población rural, niños, mujeres nativas y los más pobres.

El 27 de septiembre de ese mismo año, la plaza principal de La Florida fue centro de violencia y testigo de la sangre de seis personas a quienes les dispararon y les quitaron la vida, entre ellas, Aguchita, esta gran beata que comprendió y vivió la misericordia tal y como a San Juan Eudes le fue revelado.

El 22 de mayo de 2021, el Papa Francisco aprobó la beatificación de Aguchita por haber dedicado su vida al servicio de Dios y ayudar a los pobres, en medio de un escenario de violencia y guerra que vivía el Perú.

En la fiesta de Aguchita a la luz de Filipenses 2,1-11

No hagan nada por ambición o vanagloria, antes con humildad tengan a los demás por
mayores.
Señor. ¡qué bien resume esta recomendación de Pablo la vida y entrega de Aguchita! Y
¡qué lejos está de la nuestra!
En todos los testimonios que hemos escuchado y leído no hay ni una sombra de
ambición (era una “manirota”), ni de vanagloria; siempre fue de perfil bajo.
Señor, si buscaba, si juntaba, si pedía, era para repartir a manos llenas; pero no a sus
familiares y amiguitos; sino a los más necesitados que la rodeaban, que también eran
sus amigos.
Como dice el evangelio: lo que por una mano entraba por la otra salía y muchas veces
amplificado, transformado, mejorado y con valor añadido. Entraba choclo y salía humita,
entraba naranja y salía mermelada, entraba pituca y salía salpicón, entraba yuca cruda
y salía rellena; entraban lana y salían chompas, ropones y chalinas, entraba tela e hilo y
salían blusas, faldas y vestidos.

Y, precisamente, porque fue entregando su vida en estas pequeñas cosas cotidianas, fue
capaz de entregar lo único que la quedaba, a ella misma. Y, porque entregó todo y perdió
todo, lo ganó todo, te ganó a ti que eres el TODO y te ganó para siempre.
También son muchos los testimonios de su humildad, cómo nunca quiso imponer su
criterio, su forma de entender y hacer las cosas; cómo era incapaz de levantar la voz y
mostrar el más mínimo deseo de imponerse; cómo en las reuniones de profesoras
quedaba a un lado y escuchaba en silencio, aunque después varias de esas profesoras
asistían, también en silencio, a sus clases para aprender de ella; cómo cuando recibía
alabanzas por su trabajo, su entrega, su persona, decía con sencillez: “pensaba que se
lo decían a Jesús”.

Gracias, Jesús, por mostrarnos en Aguchita esta recomendación de san Pablo encarnada
y además de una forma tan sencilla y cercana.
Gracias Aguchita, por ser pequeña en las pequeñas cosas de cada día, como el Buen
Pastor que se rebajó hasta hacerse hombre, como uno de tantos, haciéndose esclavo de
todos para entregar su vida, por todos, en la cruz, despreciado e ignorado por todos.
Como a él, te vemos a ti, ahora, ensalzada en la Gloria del Padre.
Ayúdanos, Aguchita, a huir de la ambición y la vanagloria, a considerar superiores a los
demás y a buscar el interés de los demás.

Beata Agustina Rivas, ruega e intercede por tu pueblo. Viva Jesús y María. Amén. 

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